jueves, 17 de marzo de 2022

Era Hex





No era un farol. En febrero de 2022 el que no puede ser nombrado nos declaró la guerra. No me lo pensé. Llamé a nuestros amigos de España. Tampoco lo pensaron. Salieron con sus hijos a reunirse con nosotros y sacarnos del horror. La niña y yo nos fuimos con poco. Yo, Oxana, me llevo una caja con lo justo y otra con algunas de mis obras de artesanía hechas a mano. Para la niña además de lo básico, algún juguete y algunos cuentos. Mi marido tuvo que quedarse en el país a luchar y me pidió que me llevara su guitarra para cuando esto acabe y nos volvamos a reunir. La niña me pregunta por qué papá no viene con nosotras. Yo le digo que luego vendrá. Espero y deseo que sea así. Pero de momento no puedo permitirme el lujo de pensar mucho. Es hora de actuar.. 


Nos encontramos en la frontera de Polonia. Elois y Mar llegaron con sus hijos pequeños, Lúa y Atreyu. La guerra se recrudeció y tuvimos que posponer la salida. Nos resguardarnos en un colegio donde nos dijeron que hacían la vista gorda. No sabíamos que iba a pasar ni cuándo podríamos salir, si es que podríamos. Nos preocupaba que no llegaran los alimentos que llevábamos encima, sobretodo por los niños. Intentamos distraerlos y que dentro de lo que cabe, no lo pasaran mal, que no tuvieran miedo. Me acordé de la película de Robin Williams Ilusiones de un mentiroso. Jamás pensé en que algún día la llegaría a protagonizar.


Llevábamos ya un par de noches. No sabíamos cuanto más aguantariamos todos los que estábamos allí. El frio y las bombas que bramaban nos sumieron en el terror más absoluto. La gente lloraba, nuestros niños parece que milagrosamente eran capaces de dormir.





—Lúa, ¿estás despierta? —preguntó la hija de Oxana  en bajito.

—No, no puedo dormir. No puedo parar de pensar en que esto es una guerra, pero no hay armario como en Narnia.

—No te preocupes, verás. —dijo sacando una muñequita del bolsillo.—  Mi mamá no se dio cuenta pero la traje.

—¿Qué es? —preguntó Lúa.

—Es una muñeca embrujada. Si le doy agua y comida, no nos faltará de nada. Una vez hasta salvó a mi mamá de Baba yaga.

—¿De quién?

— Baba yaga, la bruja rusa que come a los niños.

—Que miedo —se estremeció Lúa.

—Si, es que mi madre, cuando era pequeña vivió en Rusia. Un día tuvo que hacer un recado, y se encontró con Baba yaga, porque se equivocó de casa. y ¿sabes que? de su casa salían unas patas de gallina, ¿te lo puedes creer?'daba mucho miedo.Pero esa muñequita que primero le dio su madre y que ahora tengo yo, la salvó.

—Menos mal que tú mamá se salvó.Y ¿nos salvará a nosotros ahora? —preguntó Lúa.

—Claro, ya verás, le voy a dejar un poco de agua y un poco de chocolate para que coma mientras dormimos y cuando despertemos, todo se arreglará.



Al día siguiente, cuando despertaron, las niñas vieron que el agua y el chocolate ya no estaban y se quedaron tranquilas. Fuera cosa de la muñequita o no, la verdad es que llegó la ayuda humanitaria que les permitió aguantar hasta que finalmente pudieron huir.

Por supuesto del coche en el que iban a volver no quedaba ni rastro, así que cogieron el tren.

Por el camino de vuelta, el conductor quiso recordar a los muertos que dejaba la guerra. Oxana pensaba en cuánto faltaba para volver a reunirse los tres.


Cuando llegaron a su destino, fue como si el cielo se hubiera abierto para ellas. Ya nada volvería a ser igual. Eran unos supervivientes, eran refugiadas.