Ya es hora de ir volviendo al blog, el cual ha estado parado últimamente por causas de fuerza mayor, algunos ya sabéis por qué.
Esta vez y para variar volveré con dos relatos míos, ya publicados, en dos antologías de la editorial playa de Ákaba, "Mensajes en una botella", de la colección Palabras que curan, antóloga Rosa de Mena (gracias a la cual empecé en esto de escribir) y "Ulises en la isla de Wight", de la colección Ulises, antólogo Elías López de la Nieta Pérez, respectivamente. Los demás relatos que he escrito los iré subiendo al blog a medida que se vayan publicando.
Para los que aún no habéis leído estos dos relatos, espero que os guste, y espero vuestros comentarios. En la reseña "Mensajes en una botella" explico cómo empecé en esto del blog y de escribir.
Ahí van:
"Ulises"
“…te diré que viví
con un ser especial. Una luz tan sutil, esa fue la señal…”
Mónica Naranjo
–Jamás-
“… cuando ponga un
pie en el silencio, significara que mi padre ha desaparecido para siempre…”
Paul Auster –La
invención de la soledad-
Este mensaje os lo escribo porque quiero dar voz a quienes
están viviendo lo mismo que yo. Os cuento:
El infierno no es físico. Yo
viví allí. Comenzó aquel 27 de octubre como una mañana más. Fui hacia la
cuna para despertar a mi hijo, Ulises. Esperaba recibir una sonrisa como todas
las mañanas y encontré lo peor. Ulises estaba en la cuna, casi parecía dormido,
pero la realidad era otra... Su cuerpo seguía en este mundo, pero su alma ya
no. Se fue sin decir nada —pequeños héroes de muerte súbita—. Con él se marchó
su risa y quedó el silencio.
Después de pasar días perdida
entre las tinieblas, una mañana me fue enviado un mensaje en sueños: «Ella» se
lo llevaba. La escena estaba bañada en una luz blanca. Ulises ni siquiera
notaba el cambio, marchaba feliz. La imagen desapareció. Me desperté
consternada y desconcertada. Dicen que los animales son capaces de ver el mundo
espiritual, con el cual nosotros casi hemos perdido el contacto. Yo no sé si es
así, pero mi perrita Lira, siempre alerta, vino conmigo y se hizo un ovillo a
mi lado. Gracias a ella me calmé.
Rara epifanía que tardé en
aceptar. Pero una sabia amiga me dijo: «Los mensajes son enviados cuando uno no
puede darse paz a sí mismo».
Las palabras curan, palabras
de los que te quieren, palabras de novelas, de poemas y canciones.
Palabras, palabras, palabras…
Y así, el tiempo y las
palabras fueron llenando el silencio. Y casi sin darme cuenta, descubrí que esa
luz que bañaba la escena —su luz— es la que me sigue iluminando, como las
estrellas nos iluminan desde el firmamento. Firmamento que fluye sin fin.
.
Dedicado a Lira y a Freya por existir.
“Plenilunio”
I
“Tu gitana que adevinhas, me lo digas pues no lo
sé, si saldré desta
aventura, o si nela moriré…”
La voz de Sara Vidal se
mecía al ritmo de la luna llena. Servando y su hija Sonia, eran dos de las
muchas personas que estaban en aquel concierto de Luar na lubre. El ritmo de la
música llevaba a Servando al pasado, a su infancia. Recordaba a su abuela materna
Consuelo. En noches como aquella, cuando se quedaba a dormir en su casa siendo
niño, su abuela le cantaba con una voz no muy distinta a la que ahora escuchaba
y le contaba historias de lobos y de la Santa Compaña. Le decía que quien se
encontraba con tal compañía, no tardaría en reunirse con ella. A Servando le
hubiera gustado que Sonia la hubiera conocido, pero Consuelo había dejado el
mundo terrenal a los pocos meses de nacer su bisnieta.
El concierto llegaba a
su fin. Los recuerdos se disipaban, mientras que la luna marcaba el tiempo y
guardaba sus misterios.
II
Años después Sonia
repetiría ese concierto, esta vez acompañada de su novio Pablo. Con él volvería
a escuchar los versos del tradicional tema “Tu gitana”, sin saber aún lo que la
vida les depararía.
“o si nela perco na vida, o si nela triunfarei…”
Y pasaron años. Y un
día, después de una noche de plenilunio, llegaría al mundo un ser especial,
Ulises, el primer hijo de Sonia y Pablo.
El ciclo de la vida
seguía su misterioso curso. Cuando faltaban apenas unos días para que el
pequeño cumpliera los seis meses, el tiempo decidió que Ulises ya había terminado
su vida terrenal y se lo llevó, dejando a sus padres en las más oscuras
tinieblas.
No era la primera vez
que el tiempo cambiaba el oren natural del ciclo de la vida en aquella familia.
Maruja, abuela paterna de Sonia, había perdido a su hijo José años atrás. La
parca había vuelto con fuerza.
Pero Maruja sabía lo
que tenía que hacer. En la siguiente noche de plenilunio, Maruja se dirigía hacia
del monte para invocar a la luna, diosa de la fertilidad. Camino del monte, a
cierta distancia, vislumbró las inconfundibles luces de la Santa Compaña. Sabía
lo que aquello significaba, pero no le impidió continuar y alcanzar la cima.
Una vez allí, en un claro entre las nubes, invocó a la luna con un conjuro que
había aprendido a cantar escuchando a su madre, Consuelo.
III
Al poco tiempo, Sonia
encontró roto un rosario que le había regalado su abuela. Maruja se lo había
regalado cuando era pequeña. Juntó sus partes y lo guardó en la caja de los
recuerdos. Cuando se lo contó a su abuela, esta le sonrió sin decir nada.
Tan solo unos meses
después, Maruja fallecía. Y justo en ese mismo día, Sonia y Pablo descubren que
están esperando a un bebé.
El tiempo fluye.
Mientras tanto, los padres esperan al plenilunio que traerá de nuevo la luz a
sus vidas, esperan la llegada de su hija, Luz.
“Tu gitana que
adevinhas, me lo digas pues no lo sé.”
En recuerdo a los que ya
no están.
(Derechos e imagen reservados por la autora Sonia Yáñez Calvo)